Os contaré una historia si la memoria me lo permite. La cuento precisamente porque ha pasado un año, en concreto, un año y unos cuantos días, y a pesar de que se me olvidarán, seguro, algunos detalles, la historia es tan real como la vida misma. Tan real y tan triste.
Uno de enero del 2010, alrededor de las 10:00 de la mañana, dos amigos vuelven a casa después de haber desayunado y celebrado a lo largo de toda la noche, con el resto de los amigos de la cuadrilla, la entrada del nuevo año. Vamos, que volvían de fiesta, como se suele decir, cansados, sóbrios (habían bebido pero sin pasarse) y con la sensación de haberlo pasado "dabuti". Buena juerga.
Los dos caminan por la calle comentando la jugada, hasta que ven a los lejos la escena. Un fulano discute a grito pelado con la que presumiblemente es su novia. En ese momento el fulano con pintas de culturista venido a menos, comienza a ponerse nervioso, más de lo normal. Del berrido pasa al zarandeo, la chica mientras tanto, grita y le insulta como si no hubiera mañana: cabrón, hijo de puta, zorra... se oye. El zarandeo pasa en un momento dado a un señor empujón hecho y derecho. La chica está nerviosísima y el tío desencajado. No era solo alcohol lo que tenía en la sangre. Incluso ven una especie de torta, no muy grande a decir verdad. La escena va aumentando en dramatismo, falta muy poco para que pase algo peor...
En ese momento se oye "chis, chis..eh, tranquilo tío. Esto no se hace así" - le comenta uno de los dos amigos todavía a unos metros-. El fulano lejos de tranquilizarse y darse cuenta de lo que estaba haciendo, se revuelve, se gira y suelta "¿me lo estás diciendo a mí? porque te mato...". La cosa se pone fea. Se encaran el fulano y uno de los amigos, el otro aguarda (con gallardía) a la espera de que suceda algo serio y tenga que intervenir. La mano ya no se encuentra suelta, está cerrada y apretada en un puño. La novia del fulano grita y lo disculpa argumentando un "¡que no me ha hecho nada!". Nadie la cree. Ni tampoco la escucha.
A estas alturas los balcones de los pisos y edificios aledaños comienzan a llenarse de personas que salen alertadas por los gritos. Un hombre, en pijama y apollado en la barandilla, a voz en grito, le suelta al cabrón: " ¡vete a tu pais para hacer eso!", a lo que le contesta "baja aquí, maricón de mierda que te mato a tí también, hijo de puta".
En esta parte de la historia es cuando comienzan a llover las hostias, a lo que espero que el ministerio de turno ni se escandalice ni me denuncie por lo que están leyendo. Caen pero no muchas, porque el amigo lo fuerza al fulano hasta agarrarlo por el cuello, rodeándolo con el brazo izquierdo y aprisionándole la cabeza contra el costillar, mientras que con la mano libre le atiza en el jeto. Gritos, insultos, forcejeos y un "¡tranquilízate!" del que agarraba.
Por detrás, el otro amigo, que cuando vio que la cosa se ponía fea, acudió presto al jaleo se ve abordado por la novia que le agarra del cuello y le rasga la camiseta de arriba a abajo.
Después de unos cuantos minutos de palos, todo se empieza a tranquilizar. La chica se vuelve a colocar en medio, entre su novio y los dos amigos, separándolos con los brazos. Todo ha acabado. El primero de los chavales le dice a ella:
-"Parece mentira. Venimos y todavía tienes la cara de quedarte con él."
Ella asintió, asintió con cara desencajada al ver cómo su vida tenía a un impresentable dentro de ella, al que además, y por desgracia, quería. No dijo nada, tampoco hizo falta. Aquellos ojos de esa chica gitana, irritados, entre lágrimas y con el rimel corrido, gritaban a los cuatro vientos paz. Tan solo quería ser feliz en esta vida y hasta ese momento era evidente que no lo había logrado, ni de lejos.
Precisamente allí se quedó aquella pareja, a lo lejos. A lo lejos de los dos amigos que volvían a casa magullados, de mal café, humillados y jodidos por salir en defensa de no se sabe muy bien qué, o de nadie, o de nada, de aire, pero la pregunta que les rondaba era, sobre todas las cosas, ¿por qué?.
Nunca nadie más vio ni oído oyó a aquella chica. Tampoco a aquel fulano. Pero para nuestros dos amigos la forma de comenzar el año había sido frustante. En cuanto la gente se enteró, el consejo fue siempre, el mismo "No os teníais que haber metido. No merece la pena."
Un año más tarde los dos amigos siguen, a día de hoy, contestando lo mismo: "ya, la verdad es que sí". Pero tanto a Ion Ander como a su amigo, la respuesta les sale de mala gana y con la boca pequeña. Y es que, por mucho que nadie se enterara, que la chica se quedara con el otro o que no sirviera más que para llegar a casa con la vestimenta rota; los dos saben que lo volverían a hacer.
Porque nadie más vio aquello, y quizás nadie les hubiera echado en cara que aquel primero de año se hubieran dado media vuelta o cruzado de acera, e hicieran como si jamás hubiera sucedido nada. El problema es que ellos sabían lo que habían visto, y nunca nadie ha engañado a su conciencia. Lo vieron y actuaron conforme a esa voz que nos sale de dentro y que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Se quedaron dodidos pero con la conciencia tranquila y sobre todo, sabiendo que pueden levantarse todas las mañanas, y mirarse al espejo.
Un diario tiene muchas hojas, millones de palabras , un montón de historias, sentimientos de todo tipo pero sobre todo miles de agradecimientos.
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