Alguien como un servidor que lleva tanto tiempo, desde los 8 años, jugando a un deporte, en este caso Fútbol Sala, tiene ciertos códigos y manías que se cogen al cabo del tiempo. Y no me refiero a que pidas fresas y champán cada vez que entras al vestuario, sino a una serie de hábitos, que como bien dicen, hacen al monje.
Algo casi sagrado son sus zapatillas, los neumáticos. Habitualemnte suelen ser siempre las mismas o cuando menos de la misma marca. Compañeras de años, de minutos, de entrenamientos, de caídas, de sudores y dolores, de viajes, de victorias y goles, pero también de derrotas y fallos. Me las he puesto para "arreglármelas" un poco. Tan solo es poner esparadrapo para fijar bien una parte de la zapatilla que se ha descosido o para ponerle encima de una rozadura donde el calcetín amenaza con ver dentro de poco la luz.
Parecen viejas, pero no lo son. Tan solo están utilizadas. Y esto de las zapatillas, sin excepción, le pasa desde al niño de primero de benjamín hasta Messi o Cristiano Ronaldo. Palabra. Por eso, el fútbol es así de bonito, porque iguala a las personas sin requerimientos previos: lña edad, la raza, el coeficciente intelectual, tu país o tanto si vienes de ser el hijo de un monarca como si vienes de las fabelas; no importan. Por eso, alguien dijo, muy acertadamente, que el fútbol era el deporte más democrático. No solo eso, también es el más maravilloso.
Viéndolas ahora y cómo estaban recién salidas de la caja, te das cuenta de todo lo vivido y compartido. Porque hay veces que unas simples zapatillas te sirven para darte cuenta de cómo aprovechas el tiempo. De si tu vida necesita algún esparadrapo para arreglar algo. Y de si estás simplemente de paso por ella o si la vida está pasando (y dejando huella) en ti.
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