El caso es que en un momento de introspección (habitualmente son dos: o con un café cortado con hielo o con un gin tonic por medio) he sopesado sobre mis referentes. Y he llegado a la conclusión de que no tengo. He caído justo después en una Angustia kierkegaardiana, es decir, en un sentimiento de vacío profundo y absoluto. Como si no tuviera alma. No como cuando Zutanita no me responde a mis mensajes. ¿Hacia dónde voy sin referentes?
Haciendo un sesudo análisis, he llegado a una “entente cordiale” conmigo mismo (aseguro que no es fácil) y he reconocido que quizás referentes no sea la palabra, y sí bastones en los que apoyarme con su “filosofía vital”. He comenzado a recitarlos entonces: Groucho Marx, Jack Sparrow, Bertrand Russell, Keith Richards y Chesterton. Ningún de ellos era un líder político, ni religioso ni siquiera social. Qué desfachatez. Acabé pasando de estos, por prometer cosas que no podían cumplir, por sus divismos y por sus orientaciones radicales; llegué entonces a aquellos, a los primeros, como el que aparece en una isla desierta en busca de paz. El denominador común de todos: incomprendidos sociales, gente cuya única culpa es no ser como el resto, tremendos oradores, locuaces, brillantes, aduladores de la bebida y gente sin normas protocolarias rancias. La verdad y la nobleza por delante, cada uno a su manera.
Es pues descorazonador pensar que cuando me pregunten en el futuro, en alguna entrevista, por mis referentes, tenga que decirlos. Lo más probable es que el que lo oiga o lea me tilde a continuación de inadaptado social, loco de los cojones, borracho y anarquista.

El sueño de cualquier madre, vamos.
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