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martes, 28 de junio de 2011

Se viene Riveeeeer...y se fue

Llevo desde el domingo por la noche enchufado a las radios y los periódicos digitales de internet argentinos: La Nación, Clarín, El Gráfico, Radio Intercontinental y sobre todo Radio Mitre.

River descendió. Descendió el equipo más importante de Argentina, el Real Madrid se fue a segunda división en el país albiceleste. Esa es la comparación y la magnitud de la debacle. Un gigante, un coloso descendió a la B por primera vez en toda su historia. 110 años inmaculados tirados a la basura a las 17.00 de la tarde del domingo 26 de Junio en el Estadio Monumental, ya solo quedan dos que nunca fueron mancillados: Boca Juniors e Independiente.

Se encoge uno al observar lo que significa el fútbol para un país como Argentina, increíble. Allí , tu equipo de fútbol es una religión, esté en primera, segunda, tercera, a punto de desaparecer o en el mejor momento. Da lo mismo. Atilo Costa, narrador de Mitre, sintetizó en una frase lo que es River Plate: “Uno en esta vida, se prepara para la muerte de su abuelo, para ver morir a sus viejos y para que sus hijos lo entierren. Pero nunca para ver descender a River”.

Una de las columnas que más me gustaron la escribió Martín Castilla en la página Canchallena. Impresionante:


El día más triste de su historia


"River no se puede ir a la B." "River es demasiado grande para descender." "River es mi vida." "River no puede desaparecer." Vacíos espacios de ilusión. Vacío el corazón de River, también. Lleno el césped de jugadores, de hombres de seguridad, de proyectiles, de violencia y, sin embargo, vacío de sentimiento, de esperanza, de historia, dentro del campo y fuera de él... Impensada tarde en Núñez: River perdió la categoría en la tan temida serie con Belgrano y en la temporada 2011-2012 jugará en la primera B Nacional por primera vez en sus 110 años de historia.

"River es demasiado grande para desaparecer." Nunca se había escuchado repetirlo tantas veces y con tanta desesperación en el Monumental. Faltaba tan poquito para terminar, River no le encontraba la vuelta al partido y, a pesar de todos los milagros que se esperaban e imploraban, contra el pensamiento y el deseo de todos los hinchas millonarios, iba a dejar de jugar en el fútbol grande de la Argentina. Por unos instantes, el mundo detiene su marcha cuando la pelota se va a un lateral en el minuto 44 del segundo tiempo y el árbitro Sergio Pezzotta decide parar el encuentro por los incidentes que se desbordan en todos los sectores donde hay hinchas de River. Epílogo empañado. Triste y solitario final. Lejos de los años de gloria, del fútbol de alta alcurnia y de tantos títulos conseguidos.

La mole de cemento es testigo del día más triste de la vida de River. En el momento en que se decretó la finalización del partido irreversible frente a Belgrano el silencio se apoderó de todo lugar vestido de blanco y rojo. El silencio en cada rincón de las tribunas, del campo, de la boca de los túneles, de las rayas de cal, en todos lados. Lejos de los ecos de tardes triunfales, de noches inolvidables, de cantos y gritos de gol. El cuerpo está en otra dimensión, desconocida, irreal e inimaginable y medida para todas las cosas. Los ojos son ventanas por donde va y viene la historia. La mirada de las más de 50.000 almas que colmaron el Monumental, nublada de emoción, recuerda con nostalgia los escalones subidos en otros años en el Monumental, como lo marca el traspaso generacional.

Son las dos de la tarde, con un cielo tan celeste como la camiseta de Belgrano. Hinchas de River peregrinan rumbo al Monumental. Algunos lo hacen de rodillas. Cuesta creer que tanto sacrificio no tenga su respuesta. Poco ruido y mucho ruego por los alrededores del denominado Barrio River. No existía pesimismo que pudiera doblegar semejante acto de presencia. Estaba la creencia de que la sola historia iba a poder con los dos goles en contra sufridos en el papelón del partido de ida, en Córdoba. No había tiempo para pensar en la empobrecida realidad institucional que pena por años de descalabro dirigencial o para lamentarse de las últimas oportunidades que le dio el Clausura para evitar el descenso.

Los trapos decoran el estadio, visten los cuatro costados, por todos lados apretados y con gente hasta en los pasillos. Banderas chicas, medianas y grandes. De barrios, ciudades y provincias. Con leyendas que se traducen en amor. "River sos mi vida, hoy no me mates", ruega un manto blanco escrito en aerosol negro. La escenografía se refuerza con globos, bengalas de humo rojo y blanco, y con banderas y papeles que caen de lo más alto. Los gritos de aliento fueron incesantes... hasta que no hubo nada más que hacer.

Siempre pensó River que iba a salir de toda esta confusión deportiva-institucional; hasta el más incrédulo pensó que iba a ser otra la suerte cuando Mariano Pavone se dio vuelta y marcó el 1-0 transitorio a los cinco minutos de juego. El más incrédulo fue Daniel Passarella y su presidencia personalista, incapaz de reconocer las limitaciones propias, los méritos de los otros, la cercanía al abismo o, peor, su propia existencia. Para muchos de los presentes esa salida con aplausos y aliento antes del entretiempo quedará como una anécdota, una historia más de las muchas que hubo ayer.

"Ganar-gustar-golear." La bandera rojiblanca esta vez no colgaba de la platea San Martín. Se entiende, cómo iba a estar presente; ese viejo lugar común de la platea millonaria no podía reclamarle semejante cosa a este River de hoy, con todos sus órganos vitales comprometidos, claramente incapaz de cumplir con semejante demanda y menos también. No alcanzó con las manifestaciones espontáneas de afecto de los hinchas genuinos en el Hindú Club. Mucho menos con los equipos dispuestos por el técnico Juan José López. Ni el doble comando de Passarella, presidente devenido en técnico alterno en las últimas prácticas. El gol de Guillermo Farré, luego del grotesco entre Juan Manuel Díaz y Alexis Ferrero, selló tantos años de malas campañas, de malos manejos.

El desconsuelo y las lágrimas invadieron a los jugadores de River cuando se consumó la pérdida de la categoría. Las imágenes de los referentes como el arquero Juan Pablo Carrizo y Pavone fueron elocuentes y mostraron a un grupo devastado. Pavone, quien había abierto la ilusión con su entrega y contundencia tempranera, fue el primero en demostrar su desesperación cuando Juan Carlos Olave le atajó el penal con el que River podría haberse acercado a la salvación.

Los jugadores millonarios se retiraron por la manga dispuesta en el túnel que va directamente al vestuario del árbitro, tapándose el rostro para esconder su vergüenza y escoltados por las fuerzas de seguridad, ante la lluvia de objetos que lanzaban enfurecidos hinchas desde las tribunas. Se refugiaron en la concentración junto con el técnico y el presidente Passarella, a donde quisieron llegar los barrabravas en medio de los violentos desmanes que protagonizaron tanto dentro del club como en sus alrededores.

Hacinados e ignorados estaban en lo alto los 2500 simpatizantes de Belgrano que viajaron desde Córdoba y vivieron una jornada histórica. Permanecerían durante horas encerrados y en la locura de algo que para ellos también, en algún punto, parecía irreal. El pedido hiriente del partido con Lanús que lo mandó a la Promoción retumbó con fuerza por todos lados: "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo". Del mismo modo se menciona a Passarella y se lo acusa de ser hincha del clásico rival, Boca.

El 1-1 ante Belgrano que lapidariamente recuerda el tablero electrónico condenó al máximo campeón del fútbol argentino a un inédito descenso a la segunda categoría, en una tarde que quedará grabada en la historia de nuestro fútbol. Las manos van a la cabeza una y otra vez. El día más triste de su historia. El comienzo del desafío de la refundación, al fin, tan importante como el anhelado sueño de volver rápido a primera desde la B Nacional. Porque River fue, es y será grande, pero más lo será con el compromiso, la integridad moral y el apoyo de todos.


Aguante River y vuelva pronto.

-www.twitter.com/FranEcheve

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