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lunes, 4 de abril de 2011

De menú, compañía

Así se titula un artículo que leí ayer por la noche en la web de El Mundo.Lo firmaba Victor Mondelo. Amable, bonito, curioso, cuidado, cariñoso, sensible y realista. Os invito a que os toméis un respiro. Trata sobre esas personas que acuden a los comedores sociales para no sentirse solas.


DE MENÚ, COMPAÑÍA

La mesa es de ese verde sólo apreciable ya en los más añejos comedores escolares, aunque en éste los comensales han catado la jubilación. Seis triángulos convergen para dotarla de una forma hexagonal que invita a mirarse a los ojos mientras se alza y se posa la cuchara. Hoy tocan lentejas. Antonio tiene que girar el pescuezo y preguntar para comprobarlo. Acude a calentar el estómago, pero sobre todo a compartir mantel, a aparcar el eco de su salón donde, entre plato y plato, la dictadura de la soledad impone el silencio y veta la réplica.

Ha sido el primero en llegar, pero no duda de la concurrencia de sus cinco compañeros. La suya es una cita puntual y circunscrita al yantar y la sobremesa. Faltan veinte minutos para las dos de la tarde, antes de que la aguja anuncie la hora en punto habrán llegado todos.

De lunes a viernes, una de las salas del centro social Memory Col se vacía durante dos horas de los niños del barrio de Gràcia que acostumbran a ocuparla para desarrollar diferentes actividades culturales y se convierte en el más acogedor de los restaurantes que 27 ancianos puedan frecuentar. El programa 'Apats en Companyia' ('Comidas en compañía') del Ayuntamiento de Barcelona les ofrece menú diario por el irrisorio precio de entre 50 céntimos y 3,50 euros, además de la posibilidad de comer codo con codo, entre iguales.

A menos ingresos, menos desembolso. Ochenta y cinco céntimos abona Antonio por su primero, segundo y postre diario. A las lentejas de hoy le seguirá una tortilla con ensalada y una pera o yogur. "No es un cinco estrellas", espeta al tiempo que sus cejas se arquean para superar los márgenes de las gafas ahumadas que las ocultaban. "Pero se come muy bien", apostilla ya con una sonrisa en un rostro esculpido a lo largo de 80 años.

Los platos repiquetean en la sala y la promesa de Antonio se cumple. Arranca la lluvia de compañeros y por goteo llegan los cinco que le flanquearán. Pere, Gladis, Eduard, Magdalena y Jordi van ocupando con naturalidad su lugar, siempre el mismo, en un ritual forjado en la costumbre de varios meses y que es el auténtico atractivo de esta iniciativa.

"Cuando estás en casa, te levantas, tienes que hacer la comida y ya no sales hasta la tarde. Con esto te obligas a lavarte, afeitarte, caminar un poco...", esgrime Antonio. Además del "ahorro de trabajo" que le supone. "Tienes que ir a comprar, hacer la comida, limpiar los platos y estoy solo". Esta última palabra, solo, es la más repetida en una conversación ya a seis bandas.



"Hay muchas personas solas que están en una casa y los vecinos sufren, porque es una persona mayor, que quizás está enferma y está cocinando. Así salen y se les controla. Porque, si no, no sabes cómo están. Para los vecinos es una tranquilidad", se suma Pere, de 76 años y el único de los presentes que comparte su existencia con alguien. Lo hace con Gladis, su esposa, de 75, que fue la que "probó" cómo funcionaba el servicio municipal y convenció a su marido de que la acompañase. Dejó el Cono Sur con el cuerpo sin vida de Allende aún caliente y ahora relata rebosante de ironía: "Tengo nombre de rica y aquí me tienes".

Los servicios sociales municipales sirven de tamiz. Son los encargados de detectar los casos con mayor susceptibilidad de ser atendidos bien por falta de recursos, autonomía o riesgo de exclusión. Otras entidades colaboradoras se suman al trabajo de elección. A Magdalena le costó aceptar. A sus indefinidos años -nos reta a adivinarlos pero fracasamos en el intento- acudió empujada por Cruz Roja. "Me avisó de que existían estos comedores y no les hice caso, pero me insistieron tanto que al final vine", explica con mirada lúcida.

Más apagado es el gesto de Jordi, el más joven de los presentes, 66 años, pero el que más necesita que alguien le supla en la cocina. "No se cuida nada", cuenta Pere. La pregunta es si es una cuestión de voluntad o capacidad. "Estuve nueve meses ingresado, después me rompí el fémur, es una vida dura, ahora estoy aquí y estoy bien, hemos hecho un buen grupo", relata. Eduard, que espera la llegada de la setentena, asiente aprobando y mascullando cada una de las reflexiones, al tiempo que las legumbres menguan.

"Después un café y a ver el fútbol, que hoy juega España", exclama Antonio con un encoger de hombros que debe traducirse como un "qué más se puede pedir". La Selección sobrevivió al 'patatal' lituano y las penurias del césped pudieron ser comentadas en una mesa hexagonal, de verde añejo, en la que todos se miran a los ojos. Intuimos que, pedir, no se puede pedir más.


Hoy es el primer lunes de abril. Un mes primaveral. Un mes en el que la gente se pone más contenta. Me gustaría que fuera por esa suerte que tenemos de estar acompañados y no por si mejora el tiempo o llegan las vacaciones.


- www.twitter.com/FranEcheve

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